Finisterre, el último rincón de la tierra

Finisterre

¿Habéis estado alguna vez en el fin del mundo?. Yo me lo imagino como un lugar fantástico, con su cielo gris, solitario, con abruptos acantilados que dan al vacío, y al mar. Hoy tenemos la gran suerte de estar allí, porque nos hemos trasladado al fin del mundo, al final de las tierras, al Finis Terrae romano, Finisterre.

Me equivoqué un poco en cuanto a que fuera un lugar solitario. Muchos mochileros y excursionistas se atreven a retar al viento que es quien impone aquí el horario de la visita. Con más de cien playas naturales, la Costa de la Muerte en Galicia ofrece una gran cantidad de senderos y faros ideales para los amantes del ecoturismo. Finisterre es una península rocosa, fuente de leyendas paganas y cristianas, conocida por su belleza natural y sus espectaculares puestas de sol.

Podéis llegar a Finisterre a través de un autobús que tomamos en A Coruña. La carretera se vuelve sinuosa cuando se acerca a la costa, llena de pequeños pueblitos y colores añil, marrón y verde. Además, eternos grupos de eucaliptos, pinos y castaños se amontonan a nuestro paso. A medida que pasan los kilómetros, la sensación de viajar a través del tiempo se acrecienta.

Finisterre es un lugar espritual donde parece sentirse más cerca el vasto océano. Tomamos un paseo por el mercado de la ciudad, absorviendo los olores y los colores del pescado fresco, los cereales, frutas y verduras. Nos sentamos en una pequeña terraza, y pedimos una tapa de pulpo gallego, y unas copas de Albariño. Y de postre, regalo de la casa, dos filloas rellenas de crema, y un café con unas gotitas de aguardiente.

Después de comer, podéis dirigiros hasta el faro de Finisterre, caminando hasta el Monte do Facho, donde los celtas daban culto al sol y el mar. En nuestro camino veremos la Iglesia de Santa María de Áreas, con su cruceiro. Dentro de la iglesia tenemos que visitar el célebre Cristo da Barba Dourada, por el que muchos peregrinos caminan hasta Finisterre.

Cuando llegamos al faro, en la cima del Monte do Facho, queda claro el porqué miles de peregrinos llegan a Finisterre en busca de la paz interior. Sentados sobre las rocas, la vista que se abre ante nuestros ojos es imponente. Abrimos las manos, y guardamos todo el océano entre nuestros dedos. La gente comienza a arremolinarse para la puesta de sol. Al atardecer, el cielo desde aquí se tiñe de un color naranja intenso. No sé si habría palabras para tantos colores…

Foto Vía Hubpages

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