Una de las postales que se me ha quedado grabada para siempre en mi memoria fue aquel atardecer en el puerto pesquero de Lekeitio. El sol se derramaba lentamente sobre una alfombra de aguas oscuras. Pequeñas barcas de colores se mecían pausadamente al ritmo de la corriente. Sentado en la terraza del restaurante, apenas podía apartar la mirada de aquel espectáculo.
La torre de la catedral se proyectaba al fondo, sobresaliendo de entre las casas de los siglos XVII y XVIII que dan al puerto. Todas tenían las ventanas abiertas, como queriendo recoger las últimas gotas de la tarde.
Cenar en el puerto de Lekeitio es uno de los más grandes placeres que he podido tener este verano. Tuvimos suerte a la hora de ir a nuestro buscador de vuelos y planear esta excursión. Parece simple, pero magnífico a la vez. Apenas son unos minutos los que dura la puesta de sol, pero el mar y la gente emiten un silencio respetuoso. El único bullicio es el movimiento del sol sobre el horizonte. Parece como si rasgaran el cielo en colores.