En el interior de la isla de Fuerteventura, casi en el corazón de la misma, está mi pequeña joya de retiro. Es uno de esos lugares plácidos en un mundo plácido, siempre y cuando sepamos huir a tiempo de los bullicios turísticos. Betancuria es un pequeño pueblo blanco y verde. Blanco por el color de sus fachadas, y verde por la naturaleza de higos, palmeras y demás que salpican sus contornos.
Situado a unos treinta kilómetros al suroeste de Puerto del Rosario, capital de Fuerteventura, su nombre proviene del conquistado Jean de Bethencourt. En tiempos antiguos fue mucho más importante de lo que lo es ahora. Incluso fue capital de Fuerteventura hasta 1834. Hoy creo que se vivirá mejor que en aquella época, a salvo de convulsiones políticas y otros desarrollos turísticos. Si tenéis vuestros hoteles en Fuerteventura, tenéis que veniros por Betancuria.
Porque cuando paseas por las calles de este caserío te das cuenta que lo haces por una parte importante de la historia de Fuerteventura. Realmente tampoco tendréis que pasear tanto, porque Betancuria es pequeñito, fácil de recorrer a pie. En medio de ese entramado se levanta uno de los edificios más antiguos de la isla, la Iglesia de Santa María de Betancuria, construida a finales del siglo XVI. De todas maneras su aspecto actual data del siglo XVII, ya que la ciudad fue arrasada por los berberiscos en esa época.