Uno de los placeres que tiene viajar por nuestra cuenta es que a veces tenemos la oportunidad de encontrarnos con algo maravilloso e inesperado. En cierta ocasión, estuve de excursión al sur de los Pirineos. Decidimos entrar en Francia por la zona de Portbou. Pero, antes de ello, quisimos detenernos en Figueras para comer. Cuando caí en la cuenta, allí estaba… el Museo Dalí.
Lo reconocí por las fotografías, pero nada tiene que ver con la realidad. Desde el exterior ya nos da una idea de la visión surrealista del genial artista. En la parte delantera del techo hay unos huevos gigantes. Tomamos un café y un bocadillo en un restaurante cercano, y nos acercamos al museo. Había bastante gente, a pesar de ser otoño. Nos dijeron que en verano sí que había que hacer cola.
Me encanta la pintura, y, desde mi visita al Museo Dalí, mucho más. Relojes casi derretidos, elefantes con las piernas muy delgadas, hormigas caminando por todo el lugar, muletas apuntalando todas las cosas. La imaginación de Dalí desborda a todos los turistas que se acercan a este museo.
El interior es sorprendente, magnífico. La imaginación está en todas partes, de modo que en un minuto estás caminando por un estrecho pasillo, cuando de pronto se abre una sala con cuadros, dibujos, y hasta un taxi. Un taxi real, con telarañas, criaturas y caracoles en su interior, además de un gran barco pesquero en lo alto del mismo. No tengo ni idea de cuáles pueden ser los vínculos de todos estos elementos, pero lo que sí resulta es impactante.
Los cuadros están por todas partes, y reconoceréis muchos de ellos. Los originales son más grandes, con más colorido, mucho más impresionantes de lo que yo imaginaba. Hay cosas que me dejaron boquiabierto. Volví una esquina y me encontré con una orquesta de tamaño natural. ¿Cuánto tiempo llevaría hacer todo esto?. Cerca de aquí, una enorme pintura, de unos seis metros de alto y treinta de ancho. En todas partes hay siempre algo inesperado.
A mí la figura de Dalí me parece hasta en clave de humor. Sólo hay que mirarle el bigote. Todas sus pinturas famosas parecen dos cuadros en uno. Hay una sala, por ejemplo, que, a simple vista, no parece gran cosa, pero si os fijáis bien las cortinas son el pelo rubio, la chimenea una nariz, los ojos dos cuadros, el sofá unos labios rojos, y en conjunto la cara gigante de Mae West.
Cuando salí del museo, me asaltó una pregunta, ¿cómo le pudo a este hombra dar tiempo a crear todas estas cosas?. Porque también diseñó el museo, no como un lugar para mostrar su trabajo, sino como su propio recuerdo. Lo que más me gustó fueron los cuadros de su amada Gala, pintada como una ninfa clásica, como una Madonna, con ese estilo surrealista que le impregnaba, pero sobre todo, con amor.
Al salir del museo, hay una pequeña tienda donde se pueden comprar tarjetas postales, estampas y otros recuerdos de Dalí. Compré algunas tarjetas, y sobre todo, el recuerdo de un tesoro imborrable, la sensación de haber estado en la mente de uno de los genios más grandes que ha dado la historia del arte, Salvador Dalí.
Para consultar horarios y precios de entrada podéis visitar el siguiente enlace
Foto 1 Vía Region Coquimbo
Foto 2 Vía Eye of the beholder
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